En Lefkandi (isla de Eubea, Grecia) se hallaron en 1980 los restos de un edificio de planta absidal donde los arqueólogos encontraron dos tumbas: una de ellas contiene los esqueletos de cuatro caballos y la otra una incineración y una inhumación humana. Datan del siglo X a. C., es decir, en plena Época Oscura de la historia griega (s. XI-VIII a. C.).
La inhumación corresponde al esqueleto de una mujer en posición yacente que lleva un rico ajuar (collar de perlas, pendientes de oro, dos discos de oro sobre el pecho, anillos y alfileres de oro). En cuanto a la incineración, se han hallado restos de huesos quemados junto a trozos de tela todo dentro de un ánfora de bronce.
Es probable que esta tumba de Lefkandi esté enterrado un guerrero o un rey (un "basileus") junto a su viuda.
Las dimensiones del edificio hallado son muy grandes, lo que permite suponer que estos importantes personajes fueron enterrados en el palacio en el que habitaban; posteriormente, cuando se dejó de vivir allí, el edificio se convertiría en un lugar sagrado donde rendir culto al héroe ("heroon").
No obstante, algunos investigadores defienden la hipótesis de que el complejo arquitectónico fue planificado desde un principio única y exclusivamente para ser una construcción funeraria.
En todo caso, la riqueza de su contenido y sus considerables dimensiones (ca. 45 metros de largo por 10 de ancho) parecen desmentir la conocida teoría de que la Época Oscura fue un período de declive económico y cultural.
En efecto, el magnífico "heroon" de Lefkandi invitar a pensar que en el siglo X a. C. y particularmente en Eubea se vivió un momento de prosperidad. Así, el ánfora de bronce en el que se hallaron los restos cremados procede de Chipre, según los arqueólogos, quienes lo fechan a principios del siglo XI a. C. Ello significa que en esa época existía un flujo comercial entre Grecia y el Mediterráneo oriental, y que hubo griegos lo suficientemente ricos como para adquirir objetos suntuosos y vivir o hacerse enterrar en grandes edificios.
De todas formas, como muchas veces pasa en arqueología, habrá que esperar nuevos hallazgos para confirmar hipótesis y avanzarlas mas certeras.
Los restos hallados en el heroon de Lefkandi recuerdan poderosamente al testimonio de la Ilíada, cuando Homero narra los ritos funerarios celebrados en honor a Patroclo. En el poema épico se presenta la cremación del guerrero así como enterramientos de caballos junto al héroe muerto, y también se habla de la disposición de los huesos en un recipiente recubierto con un trozo de tela (en Homero dicho recipiente es de oro). ¿Tuvieron lugar los hechos que cuenta Homero durante la Época Oscura?
Pero leamos un breve fragmento tomado de Ilíada, Canto XXIII, versos 192-260:
En tanto, la pira en que se hallaba el cadáver de Patroclo no ardía. Entonces el divino Aquileo, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: apartóse de la pira, oró a los vientos Bóreas y Céfiro y votó ofrecerles solemnes sacrificios; y haciéndoles repetidas libaciones con una copa de oro, les rogó que acudieran para que la leña ardiese bien y los cadáveres fueran consumidos prestamente por el fuego. La veloz Iris oyó las súplicas, y fue a avisar a los vientos, que estaban reunidos celebrando un banquete en la morada del impetuoso Céfiro. Iris llegó corriendo y se detuvo en el umbral de piedra. Así que la vieron, levantáronse todos, y cada uno la llamaba a su lado. Pero ella no quiso sentarse, y pronunció estas palabras:
—No puedo sentarme; porque voy, por cima de la corriente del Océano, a la tierra de los etíopes, que ahora ofrecen hecatombes a los inmortales, para entrar a la parte en los sacrificios. Aquileo ruega al Bóreas y al estruendoso Céfiro, prometiéndoles solemnes sacrificios, que vayan y hagan arder la pira en que yace Patroclo, por el cual gimen los aqueos todos.
Habló así y fuese. Los vientos se levantaron con inmenso ruido esparciendo las nubes; pasaron por cima del ponto y las olas crecían al impulso del sonoro soplo; llegaron, por fin, a la fértil Troya, cayeron en la pira y el fuego abrasador bramó grandemente. Durante toda la noche, los dos vientos, soplando con agudos silbidos, agitaron la llama de la pira; durante toda la noche, el veloz Aquileo, sacando vino de una cratera de oro, con una copa doble, lo vertió y regó la tierra e invocó el alma del mísero Patroclo. Como solloza un padre, quemando los huesos del hijo recién casado, cuya muerte ha sumido en el dolor a sus progenitores; de igual modo sollozaba Aquileo al quemar los huesos del amigo; y arrastrándose en torno de la hoguera, gemía sin cesar.
Cuando el lucero de la mañana apareció sobre la tierra, anunciando el día, y poco después Eos, de azafranado velo, se esparció por el mar, apagábase la hoguera y moría la llama. Los vientos regresaron a su morada por el ponto de Tracia, que gemía a causa de la hinchazón de las olas alborotadas, y el hijo de Peleo, habiéndose separado un poco de la pira, acostóse rendido de cansancio, y el dulce sueño lo venció. Pronto los caudillos se reunieron en gran número alrededor del Atrida; y el alboroto y ruido que hacían al llegar, despertaron a Aquileo. Incorporóse el héroe; y sentándose, les dijo estas palabras:
—¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Primeramente apagad con negro vino cuanto de la pira alcanzó la violencia del fuego; recojamos después los huesos de Patroclo Menetíada, distinguiéndolos bien —fácil será reconocerlos, porque el cadáver estaba en medio de la pira y en los extremos se quemaron confundidos hombres y caballos—, y pongámoslos en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa, donde se guarden hasta que yo descienda al Hades. Quiero que le erijáis un túmulo no muy grande, sino cual corresponde al muerto; y más adelante, aqueos, los que estéis vivos en las naves de muchos bancos cuando yo muera, hacedlo anchuroso y alto.
Así dijo, y ellos obedecieron al Pelida, de pies ligeros. Primeramente, apagaron con negro vino la parte de la pira a que alcanzó la llama, y la ceniza cayó en abundancia; después, recogieron, llorando, los blancos huesos del dulce amigo y los encerraron en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa; dejaron la urna en la tienda, tendiendo sobre la misma un sutil velo; trazaron el ámbito del túmulo en torno de la pira; echaron los cimientos, e inmediatamente amontonaron la tierra que antes habían excavado. Y, erigido el túmulo, volvieron a su sitio. Aquileo detuvo al pueblo y le hizo sentar, formando un gran circo; y al momento sacó de las naves, para premio de los que vencieren en los juegos, calderas, trípodes, caballos, mulos, bueyes de robusta cabeza, mujeres de hermosa cintura, y luciente hierro.
Bibliografía: M.KAPLAN y N. RICHER, El mundo griego, Granada 2003 (original de 1995), pp. 33-38; Témpora. Magazine de Historia.
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