La última lectura realizada en clase de Cultura Clásica fue un fragmento de la obra Historias escrita por Heródoto (libro III, 149-160).
Se trataba de presentar a los alumnos al primer historiador del mundo occidental, un viajero infatigable al que se le ocurrió la novedad de investigar los hechos pasados trasladándose allí donde habían ocurrido para ponerlos luego por escrito. El propio Heródoto expone su propósito al inicio:
Ἡροδότου Ἁλικαρνησσέος ἱστορίης ἀπόδεξις ἥδε, ὡς μήτε τὰ γενόμενα ἐξ
ἀνθρώπων τῷ χρόνῳ ἐξίτηλα γένηται, μήτε ἔργα μεγάλα τε καὶ θωμαστά, τὰ μὲν
Ἕλλησι τὰ δὲ βαρβάροισι ἀποδεχθέντα, ἀκλεᾶ γένηται, τά τε ἄλλα καὶ δι' ἣν
αἰτίην ἐπολέμησαν ἀλλήλοισι
Heródoto de Halicarnaso presenta aquí
los resultados de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de
las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los
griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido; da también razón del
conflicto que enfrentó a estos dos pueblos. (Heródoto, Historias I,1)
Muy recomendable |
A la manera de un reportero actual, Heródoto viaja, pregunta y escribe. Quiere contar las Guerras Médicas, pero se remonta muchos años atrás. A lo largo de los nueve libros de Historias, va aportando datos geográficos, etnográficos e históricos sobre Persia y sobre los pueblos con los que Persia choca en su avance imperialista, con lo que incluye a la propia Grecia.
Estamos en el siglo V a. C. y Heródoto lleva a cabo la primera labor de investigación sobre el pasado. De hecho, ése es el significado de la palabra ἱστορίη (que dará en castellano "historia"), con una raíz léxica portadora del sentido "ver" y, en consecuencia, "conocer por haber visto"*).
* Los alumnos de Griego II conocen bien el significado de οἶδα ("saber"), perfecto del verbo εἴδω ("ver") con valor de presente; y reconocen en οἶδα el valor aspectual que es propio del Tema de Perfecto griego, esto es: el resultado presente de una acción pasada: "tengo conocimiento porque antes he visto" (algo así como: "si no lo veo, no me lo creo... ;-)
Pero Heródoto todavía no es riguroso ni crítico con sus fuentes de información e incluye en la narración anécdotas y explicaciones religiosas. Como muestra sirve el fragmento que los alumnos leyeron en clase: "El rostro de Zópiro".
Allí se nos cuenta de qué manera los persas de Darío lograron tomar por segunda vez la ciudad de Babilonia. Puede resumirse así: impresionado por un prodigio (el parto de una mula) que había sido profetizado entre chanzas por un rebelde babilonio en los inicios del asedio, el noble persa Zópiro se mutila el rostro para así pasarse a la ciudad sitiada pretextando deserción; una vez allí va ganándose el favor de los babilonios facilitándoles victorias que previamente había amañado con el rey Darío; en el último de estos encuentros concertados, Zópiro abre las puertas de la ciudad a su gente y Babilonia es tomada por los medos.
Explicaciones carentes de rigor y de un estricto sentido crítico; evidente recurso a fuentes orales no contrastadas; inclusión de anécdotas y detalles curiosos; cierta falta de verosimilitud desde nuestra óptica moderna... En la primera historia todavía cabe esto.
Moderno en tantas cosas como arcaico en tantas otras, Heródoto es eterno.
EJERCICIO DE LECTURA COMPRENSIVA
HERÓDOTO, Historias III, 149-160
"El rostro de Zópiro"
1. ¿Qué tipo de razones aduce Heródoto para explicar que el general Otanes llevara a cabo la repoblación la isla de Samos tras ser asolada?
2. Los habitantes de la ciudad de Babilonia niegan obediencia a los persas y se disponen a aguantar un largo asedio, ¿cuál es su primera medida una vez se rebelan abiertamente?
3. Escribe el nombre del rey de los persas.
4. Por lo que se desprende del texto, ¿es la primera vez que los persas asedian Babilonia?
5. ¿Qué señal hace plantearse a Zópiro que Babilonia iba a caer de forma inminente?
6. Explica con tus propias palabras la secuencia de actuaciones de Zópiro hasta poner la ciudad de Babilonia en manos de los persas.
7. Cuando Darío ocupa finalmente Babilonia, ¿qué medidas tomó en relación a la escasez de mujeres?
8. ¿Calificarías esta narración histórica de crítica y rigurosa? Justifica tu respuesta.
CXLIX. Mientras esto se hacía en Esparta, los persas no sólo entregaban al saqueo la isla de Samos, sino que la barrían como con red, envolviendo a todos sus vecinos y pasándolos a cuchillo, sin perdonar a ninguno la vida. Así vengados, entregaron a Silosonte la isla vacía y desierta, aunque el mismo general Otanes la volvió a poblar algún tiempo después, movido, así de una visión que tuvo en sueños, como principalmente por motivo de cierta enfermedad vergonzosa que padeció.
CL. Por el mismo tiempo que se hacía la expedición naval contra Samos, negaron la obediencia a los persas los babilonios, que muy de antemano se habían apercibido para lo que intentaban. Habiéndose sabido aprovechar de las perturbaciones públicas del estado, así en el tiempo en que reinaba el Mago, como en aquel en que los septemviros coligados recobraban el imperio, se proveyeron de todo lo necesario para sufrir un dilatado sitio, sin que se echara de ver lo que iban premeditando. Cuando declaradamente se quisieron rebelar, tomaron una resolución más bárbara aún que extraña, cual fue la de juntar en un lugar mismo a todas las mujeres y hacerlas morir estranguladas, exceptuando solamente a sus madres y reservándose cada cual una sola mujer, la que fuese más de su agrado: el motivo de reservarla no era otro sino el de tener panadera en casa, y el de ahogar a las demás el de no querer tantas bocas que consumieran su pan.
CLI. Informado el rey Darío de lo que pasaba en Babilonia, parte contra los rebeldes con todas las fuerzas juntas del imperio, y llegado allí, emprende desde luego el asedio de la plaza. Los babilonios, lejos de armarse o de temer por el éxito del sitio, subidos sobre los baluartes de la fortaleza bailaban alegres a vista del enemigo, mofándose de Darío con todo su ejército. En una de esas danzas hubo quien una vez dijo este sarcasmo: —«Persas, ¿qué hacéis aquí tanto tiempo ociosos? ¿Cómo no pensáis en volveros a vuestras casas? Pues en verdad os digo que cuando paran las mulas, entonces nos rendiréis.» Claro está que no creía el babilonio que tal decía que la mula pudiera parir jamás.
CLII. Pasado ya un año y siete meses del sitio, viendo Darío que no era poderoso para tomar tan fuerte plaza, hallábanse él y su ejército descontentos y apurados. A la verdad no había podido lograr su intento en todo aquel tiempo, por más que hubiese jugado todas las máquinas de guerra y tramado todos los artificios militares, entre los cuales no había dejado de echar mano también de la misma estratagema con que Ciro había tomado a Babilonia. Pero ni con este ni con otro medio alguno logró Darío sorprender la vigilancia de los sitiados, que estaban muy alerta y muy apercibidos contra el enemigo.
CLIII. Había entrado ya el vigésimo mes del malogrado asedio, cuando a Zópiro, hijo de Megabizo, uno de los del septemvirato contra el Mago, le sucedió la rara monstruosidad de que pariera una de las mulas de su bagaje. El mismo Zópiro, avisado del nunca visto parto, y no acabando de dar crédito a nueva tan extraña, quiso ir en persona a cerciorarse; fue y vio por sus mismos ojos la cría recién nacida y recién parida la mula. Sorprendido de tamaña novedad, ordena a sus criados que a nadie se hable del caso; y poniéndose él mismo muy de propósito a pensar sobre el portento, recordó luego aquellas palabras que dijo allá un babilonio al principio del sitio, que cuando parieran las mulas se tomaría a Babilonia. Esta memoria, combinada con el parto reciente de su mula, hizo creer a Zópiro que debía, en efecto, ser tomada Babilonia, habiendo sido sin duda providencia del cielo, que previendo que su mula había de parir, permitió que el babilonio lo dijese de burlas.
CLIV. Persuadióse Zópiro con aquel discurso ciertamente agorero que había ya llegado el punto fatal de la toma de Babilonia. Preséntase a Darío y le pregunta si tenía realmente el mayor deseo y empeño en que se tomase la plaza sitiada, y habiendo entendido del soberano que nada del mundo deseaba con igual veras, continuó sus primeras meditaciones, buscando medio de poder ser él mismo el autor de la empresa y ejecutor de tan grande hazaña, y tanto más iba empeñándose en ello, cuanto mejor debía ser entre los persas muy atendidos de presente y muy premiados en el porvenir los extraordinarios servicios hechos a la corona. El fruto de su meditación fue resolverse a la ejecución del único remedio que hallaba para rendir aquella plaza: consistía en que él mismo, mutilado cruelmente, se pasase fugitivo a los babilonios. Contando, pues, por nada quedar feamente desfigurado por todos los días de su vida, hace de su persona el más lastimoso espectáculo: cortadas de su propia mano las narices, cortadas asimismo las orejas, cortados descompuestamente los cabellos y azotadas cruelmente las espaldas, muéstrase así maltrecho y desfigurado a la presencia de Darío.
CLV. La pena que Darío tuvo al ver de repente ante sus ojos un persa tan principal hecho un retablo vivo de dolores, no puede ponderarse: salta luego de su trono, y le pregunta gritando quién así le ha malparado y con qué ocasión. —«Ningún otro, señor, sino vos mismo, le responde Zópiro, pues sólo mi soberano pudo ponerme tal como aquí me miráis. Por vos, señor, yo mismo me he desfigurado así por mis propias manos, sin injuria de extraños, no pudiendo ya ver ni sufrir por más tiempo que los Asirios burlen y mofen a los persas. —Hombre infeliz, le replica Darío, ¿quieres dorarme un hecho el más horrendo y negro con el color más especioso que discurrirse pueda? ¿Pretextas ahora que por el honor de la Persia, por amor mío, por odio de los sitiados has ejecutado en tu persona esa carnicería sin remedio? Dime por los dioses, hombre mal aconsejado, ¿acaso se rendirán antes los enemigos porque tú te hayas hecho pedazos? ¿Y no ves que mutilándote no has cometido sino una locura? —Señor, le responde Zópiro, bien visto tenía que si os hubiera dado parte de lo que pensaba hacer nunca habíais de permitírmelo. Lo hice por mí mismo, y con solo lo hecho tenemos ya conquistada la inexpugnable Babilonia, si por vos no se pierde, como sin duda no se perderá. Diré, señor, lo que he pensado. Tal como me hallo, deshecho y desfigurado, me pasará luego al enemigo; les diré que sois vos el autor de la miseria en que me ven, y si mucho no me engaño, se lo daré a entender así, y llegaré a tener el mando de su guarnición. Oíd vos ahora, señor, lo que podremos hacer después. Al cabo de diez días que yo esté dentro, podréis entresacar mil hombres, la escoria del ejército, que tanto sirve salva como perdida, y apostármeles allá delante de la puerta que llaman de Semíramis. Pasados otra vez siete días, podréis de nuevo apostarme dos mil enfrente de la otra puerta que dicen de Nino. Pasados veinte días más, podréis tercera vez plantar otra porción hasta cuatro mil hombres en la puerta llamada de los Caldeos. Y sería del caso que ni los primeros ni los últimos soldados que dije tuvieran otras armas defensivas que sus puñales solos, los que sería bueno dejárselos. Veinte días después podréis dar orden general a las tropas para que acometan de todas partes alrededor de los muros, pero a los persas naturales los quisiera fronteros a las dos puertas que llaman la Bélida y la Cisia. Así lo digo y ordeno todo, por cuanto me persuado que los babilonios, viendo tantas proezas hechas antes por mí, han de confiármelo todo, aun las llaves mismas de la ciudad. Por los demás, a mi cuenta y a la de los persas correrá dar cima a la empresa.»
CLVI. Concertado así el negocio, iba luego huyendo Zópiro hacia una de las puertas de la ciudad, y volvía muy a menudo la cabeza con ademán y apariencia de quien desierta. Venle venir así los centinelas apostados en las almenas, y bajando a toda prisa, pregúntanle desde una de las puertas medio abiertas quién era y a qué venía. Respóndeles que era Zópiro que quería pasárselos a la plaza. Oído esto, condúcenle al punto a los magistrados de Babilonia. Puesto allí en presencia de todo el congreso, empieza a lamentar su desventura y decir que Darío era quien había hecho moverle del modo en que él mismo se había puesto; que el único motivo había sido porque él le aconsejaba que ya que no se descubría medio alguno para la toma de la plaza, lo mejor era levantar el sitio y retirar de allí el ejército. «Ahora, pues, continuó diciendo, ahí me tenéis, babilonios míos; prometo hacer a vosotros cuanto bien supiere, que espero no ha de ser poco, y a Darío, a sus persas y a todo su campo cuanto mal pudiere; que sin duda será muchísimo, pues voto a Dios que estas heridas que en mí veis les cuesten ríos de sangre, mayormente sabiendo yo bien todos sus artificios, los misterios del gabinete y su modo de pensar y obrar".
CLVII. Así les habló Zópiro, y los babilonios del congreso, que velan a su presencia, no sin horror, a un grande de Persia con las narices mutiladas, con las orejas cortadas, con las carnes rasgadas, y todo él empapado en la sangre que aun corría, quedaron desde luego persuadidos de que era la relación muy verdadera, y se ofrecieron aliviar la desventura de su nuevo aliado, dándole gusto en cuanto les pidiera. Habiendo pedido él una porción de tropa, que luego tuvo a su mando, hizo con ella lo que con Darío había concertado, pues saliendo al décimo día con sus babilonios, y cogiendo en medio a los mil soldados, los primeros que había pedido que apostase Darío, los pasó todos a filo de la espada. Viendo entonces los babilonios que el desertor acreditaba con obras lo que les ofreciera de palabra, alegres sobremanera se declararon nuevamente prontos a servir a Zópiro, o más bien a dejarse servir de él enteramente. Esperó Zópiro el término de los días consabidos, y llegado éste, toma una partida de babilonios escogidos, y hecha segunda salida de la plaza, mita a Darío dos mil soldados. Con esta segunda proeza de valor no se hablaba ya de otra cosa entre los babilonios ni había otro hombre para ellos igual a Zópiro, quien dejando después que pasasen los días convenidos, hace su tercera salida al puesto señalado, donde cerrando en medio de su gente a cuatro mil enemigos, acaba con todo aquel cuerpo. Vista esta última hazaña, entonces sí que Zópiro lo era todo para con los de Babilonia, de modo que luego le nombraron generalísimo de la guarnición, castellano de la plaza y alcalde de la fortaleza.
CLVIII. Entretanto, llega el día en que, según lo pactado, manda Darío dar un asalto general a Babilonia, y Zópiro, acredita con el hecho que lo pasado no había sido sino engaño y doble artificio de un hábil desertor. Entonces los babilonios apostados sobre los muros iban resistiendo con valor al ejército de Darío que los acometía, y Zópiro al mismo tiempo, abriendo a sus persas las dos puertas de la ciudad, la Bélida y la Cisia, les introducía en ella. Algunos babilonios testigos de lo que Zópiro iba haciendo se refugiaron al templo de Júpiter Belo; los demás, que nada sabían ni aun sospechaban de la traición que se ejecutaba, estuvieron fijos cada cual en su puesto hasta tanto que se vieron clara y patentemente vendidos y entregados al enemigo.
CLIX. Así fue tomada Babilonia por segunda vez. Dueño ya Darío de los babilonios vencidos, tomó desde luego las providencias más oportunas, una sobre la plaza, mandando demoler todos sus muros y arrancar todas las puertas de la ciudad, de cuyas dos prevenciones ninguna había usado Ciro cuando se apoderó de Babilonia; otra tomó sobre los sitiados, haciendo empalar hasta tres mil de aquellos que sabía haber sido principales autores de la rebelión, dejando a los demás ciudadanos en su misma patria con sus bienes y haciendas; la tercera sobre la población, tomando sus medidas a fin de dar mujeres a los babilonios para la propagación, pues que ellos, como llevamos referido, habían antes ahogado a las que tenían, a fin de que no les gastasen las provisiones de boca durante el sitio. Para este efecto ordenó Darío a las naciones circunvecinas, que cada cual pusiera en Babilonia cierto número de mujeres que él mismo determinaba, de suerte que la suma de las que allí se recogieron subió a cincuenta mil, de quienes descienden los actuales babilonios.
CLX. Respecto a Zópiro, si queremos estar al juicio de Darío, jamás persa alguno, ni antes ni después, hizo más relevante servicio a la corona, exceptuando solamente a Ciro, pues a este rey nunca hubo persa que se le osase comparar ni menos igualar. Cuéntase con todo que solía decir el mismo Darío que antes quisiera no ver en Zópiro aquella carnicería de mano propia que conquistar y rendir no una, sino veinte Babilonias que existieran. Lo cierto es que usó con él las mayores demostraciones de estima y particular honor, pues no solo le enviaba todos los años aquellos regalos que son entre los persas la mayor prueba de distinción y privanza con el soberano, sino que dio a Zópiro por todo el tiempo de su vida la satrapía de Babilonia, inmune de todo pecho y tributo. Hijo de este Zópiro fue el general Megabizo, el que en Egipto guerreó con los atenienses y sus aliados, y padre del otro Zópiro que desertado de los persas pasó a la ciudad de Atenas.
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