Museo Nacional de Antropología (Madrid) |
La literatura griega relata muchos casos de hombres fulminados por la “envidia (φθόνος) de los dioses” porque no supieron permanecer dentro de los límites humanos. Así la historia de Creso relatada por el historiador Heródoto (s. V a.C.).
HERÓDOTO, Historias , libro I
Entrevista de Creso y Solón. El sabio Solón, legislador ateniense, amonesta al poderoso rey lidio Creso. Final de Creso
30. […] Creso, cuando tuvo ocasión, le formuló < a Solón> la siguiente pregunta; “Amigo ateniense, hasta nosotros ha llegado sobre tu persona una gran fama en razón de tu sabiduría y de tu espíritu viajero, ya que por tus anhelos de conocimiento y de ver mundo has visitado muchos países; por ello me ha asaltado ahora el deseo de preguntarte si has visto al hombre más dichoso del mundo”.
Creso le formulaba esta pregunta en la creencia de que era él el hombre más dichoso, pero Solón, sin ánimo de adulación sino ateniéndose a la verdad le contesto: “Sí, majestad, a Telo de Atenas”. Creso quedó sorprendido con su respuesta y le preguntó con curiosidad: “¿Y por qué consideras que Telo es el más dichoso?”.
Entonces Solón replicó: “Ante todo, Telo tuvo, en una próspera ciudad, hijos que eran hombres de pro y llegó a ver que a todos les nacían hijos y que en su totalidad llegaban a mayores […].
31. Creso, entonces, le preguntó cuál era, entre los hombres que había conocido, el segundo después de Telo, en la plena convicción de que, al menos, se llevaría el segundo lugar.
Pero Solón contestó: “Cléobis y Bitón”
Solón cuenta la historia de dos hermanos gemelos de gran fuerza física. Una vez que su madre tenía que ir al santuario de Hera en carro con motivo de unas fiestas, al no haber bueyes disponibles la llevaron ellos mismos unciéndose como animales de tiro. La madre, orgullosa, pidió a la diosa que concediera a sus hijos el don más preciado que puede alcanzar el hombre. Los jóvenes se echaron a dormir en el propio santuario y al día siguiente no despertaron.
32 Así pues, Solón concedía estos jóvenes el segundo lugar en lo que a felicidad respecta, pero Creso, indignado, exclamó: “¿Y en tan poco aprecias nuestra felicidad, extranjero ateniense, que ni siquiera nos consideras dignos de rivalizar con simples particulares?”.
Pero Solón replicó: “Creso, me haces preguntas sobre cuestiones humanas y yo sé que la divinidad es envidiosa y causa de perturbación. Porque en el largo tiempo de una vida, uno tiene ocasión de ver muchas cosas que no quisiera y de padecer también muchas otras […] Por lo tanto, Creso, el hombre es pura contingencia. Bien veo que eres sumamente rico y rey de muchos súbditos, pero no puedo responderte todavía a la pregunta que me hacías, sin saber antes que has terminado felizmente tu existencia” […] Es menester considerar el resultado final de toda situación, pues en realidad la divinidad ha permitido a muchos contemplar la felicidad y, luego, los ha apartado radicalmente de ella”.
86. [...] de Creso cuentan que, viéndose sobre la pira, todo el horror de su situación no pudo impedir que le viniese a la memoria el dicho de Solón, que parecía ser para él un aviso del cielo, de que nadie de los mortales en vida era feliz. Lo mismo fue asaltarle este pensamiento, que como si volviera de un largo desmayo exclamó por tres veces: —«¡Oh Solón!» con un profundo suspiro. Oyéndolo el rey de Persia, mandó a los intérpretes le preguntasen quién era aquel a quien invocaba. Pero él no desplegó sus labios, hasta que forzado a responder, dijo: —«Es aquel que yo deseara tratasen todos los soberanos de la tierra, más bien que poseer inmensos tesoros.»
[...] Ciro luego que oyó a los intérpretes el discurso de Creso, al punto mudó de resolución, reflexionando ser hombre mortal, y no deber por lo mismo entregar a las llamas a otro hombre, poco antes igual suyo en grandeza y prosperidad. Temió también la venganza divina y la facilidad con que las cosas humanas se mudan y trastornan. Poseído de estas ideas, manda inmediatamente apagar el fuego y bajar a Creso de la hoguera y a los que con él estaban.
[...] Ciro luego que oyó a los intérpretes el discurso de Creso, al punto mudó de resolución, reflexionando ser hombre mortal, y no deber por lo mismo entregar a las llamas a otro hombre, poco antes igual suyo en grandeza y prosperidad. Temió también la venganza divina y la facilidad con que las cosas humanas se mudan y trastornan. Poseído de estas ideas, manda inmediatamente apagar el fuego y bajar a Creso de la hoguera y a los que con él estaban.
En la imagen Creso es representado a punto de ser quemado en la pira: cliquea.
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