Los alumnos de Latín I (1º BCHTO) han realizado un ejercicio de lectura sobre un breve fragmento de la obra de TITO LIVIO Ab urbe condita.
El texto aparece en un archivo; en otro se adjunta el Cuestionario de lectura correspondiente.
Antes un par de noticias sobre el autor latino y también una reflexión sobre la declaración de guerra entre los romanos, que era de lo más tradicional.
Ab urbe condita está integrada por 142 libros, una monumental extensión que en parte es la causante de que no se haya conservado entera; de hecho, sólo han llegado a nosotros 35 libros, es decir, la cuarta parte de toda la obra. Desde muy pronto se hicieron de ella resúmenes para ser utilizados en escuelas y bibliotecas, siendo el más famoso de ellos el de Eutropio (siglo IV).
Livio dotó de contenido didáctico a su obra histórica, la cual ofrece innegables valores paradigmáticos y contiene la imagen del romano ideal. En ella no están ausentes los dioses patrios; a veces, el fatum o destino es utilizado para explicar determinados acontecimientos. La historia de Tito Livio es nacionalista: su protagonista es el pueblo romano, capaz de salir a flote una y otra vez ante las adversidades.
Ab urbe condita fue considerada muy pronto obra modélica y su influencia ha excedido el campo de la historiografía para proyectarse sobre el pensamiento político en todas las épocas: Dante, Maquiavelo, Montesquieu y los protagonistas de la Revolución Francesa.
El texto que han leído los alumnos (libro I, cap. 32-35, fragmentos) relata la subida al trono de Anco Marcio y explica los pormenores de una ley dictada por este rey que atendía a la reparación por daños al pueblo romano.
El texto también presenta a Lúcumo (más tarde conocido como Lucio Tarquinio Prisco) y a su esposa Tanaquil entrando en Roma como inmigrantes, recibidos allí por el prodigioso vuelo de un águila que la ambiciosa etrusca interpreta a favor del marido (y acertará).
Una Roma próspera, en rápido crecimiento, no duda en acoger y promocionar al oportunista etrusco hasta el punto de convertirlo en rey (Roma o la meca del "self made man").
IMAGEN: Sarcófago con mujer etrusca (s. II a.C.), para mas información: clic
Como decimos, el texto de Livio explica el conjunto de gestos y rituales que conlleva la declaración de guerra entre los romanos. Tito Livio remonta esta tradición, que debía ser muy antigua, al cuarto rey de Roma, Anco Marcio.
Cuatro de los sacerdotes "feciales" (era un cuerpo colegiado en numero de veinte presidido por el "pater patratus") viajaban al territorio de la nación que había agraviado a Roma. Allí dirigían una serie de advertencias preestablecidas a determinadas personas señaladas por el rito. Si eran escuchados, los feciales regresaban a Roma y se había evitado la guerra. En caso contrario, Roma concedía aún 33 días a los enemigos. Si no había respuesta transcurridos estos, los feciales informaban al rey de Roma y él reunía a los senadores para preguntarles uno a uno, de manera solemne, cuál era su opinión. Cuando la mayoría de los presentes se declaraba de la misma opinión, se acordaba la guerra. Era costumbre que el fecial llevara a las fronteras enemigas una lanza con punta de hierro o quemada al extremo y manchada de sangre; y, en presencia de al menos tres adultos, pronunciara una declaración de guerra, acabando por arrojar la lanza.
Era muy importante cumplir el procedimiento y además rigurosamente, pues de otro modo la guerra no sería considerada justa y los dioses, agraviados por ello, se volverían contra los romanos.
Cuando Roma era sólo una ciudad, resultaba fácil a los feciales trasladarse a territorio enemigo. Pero con los siglos Roma fue ganando extensión, de tal manera que resultaba imposible declarar la guerra a la manera tradicional. El Estado compró entonces un solar en Roma para lanzar allí simbólicamente la jabalina y más tarde erigió en el templo de Belona una columna que marcaba el lugar en el que la jabalina debía ser arrojada, considerándose aquel punto territorio enemigo.
La invocación a Jano, dios de la puertas, era fundamental en cuestiones de guerra. De hecho, el templo de Jano permanecía abierto mientras Roma estaba en guerra, siendo así que sólo hubo ocasión de cerrar sus puertas cuatro veces a lo largo de toda la historia de esta belicosa nación, y además por poco tiempo. Para saber más, pica aquí.
En el cuadro de Rubens Los desastres de la guerra (1637-1640) se ve al fondo a la izquierda la puerta abierta del templo de Jano. Y también podría parecer que se halla, al fondo a la derecha, en el Guernica de Picasso (1937).
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